Hace un par de días me puse un poco melancólica, recordando todo lo vivido el fin de semana anterior en la Madrid Games Week, y necesitaba narrar y expresar todo lo vivido en el evento, pero desde un punto de vista mucho más personal y abriendo mi corazón, por lo que me dio por escribir el texto que viene a continuación, quizá el más íntimo que haya publicado nunca en este humilde blog...
Dicen que los días lluviosos son tristes y melancólicos,
aunque, en mi caso, siempre me ha gustado ver llover; escuchar la lluvia liberando
cada una de las gotas que caen sobre las calles, los parques, los árboles, y
ese característico olor a tierra mojada que invade sin permiso mi olfato son
sensaciones que ayudan a mi estado emocional, me relajan y me hacen sentir bien.
Sin embargo, hoy no he tenido esa sensación que durante tantos años me ha
acompañado en días de lluvia.
Hoy he experimentado esa melancolía, esa tristeza que dicen
que transmite la lluvia, y casi que ahora entiendo esa expresión que usan los
angloparlantes cuando dicen que se sienten como el tiempo, pues me siento algo
apagada y alicaída, ya que esta mañana la lluvia no sólo ha dejado caer gotitas
de agua sobre mi pelo al haberme pillado desprevenida fuera de casa, sino que
también me ha dejado caer gotitas de bellos recuerdos que ahora afloran en mis
pensamientos e, irremediablemente, hacen que esboce una melancólica sonrisa en
mi cara: hace una semana mi marido y yo pusimos rumbo a Madrid para vivir una
aventura, y digo bien al llamarlo “aventura”, pues, a pesar de saber
axiomáticamente que allí acudiríamos a una feria de videojuegos, la Madrid
Games Week, lugar donde se reunirían adeptos como yo a dicha industria,
sabíamos que en aquel punto de encuentro coincidiríamos con ciertas personas a
las que, como mi fiel lector sabrá, aprecio y quiero muchísimo, pero
desconocíamos qué habría más allá de ese primer encuentro.
Sin embargo, mi cuerpo se vio invadido por el nerviosismo y
la agitación, sentía una mezcla de temor e ilusión, vergüenza y emoción. Hace
justo una semana partimos en un viaje de unas cuantas horas hasta Ifema, y en
el camino nos acompañaba la lluvia, pero en ese viaje no pudo cumplir con su
acostumbrada función de transmitirme serenidad y calma, los sentimientos fueron
más fuertes, y con cada kilómetro que recortábamos, las emociones iban
haciéndose notar cada vez más. En alguna que otra ocasión sugerí dar la vuelta
y no llegar a nuestro destino, tal era la inquietud que sentía, pero mi
compañero de aventuras, que iba al volante, siguió su camino sin vacilar.
A mitad de camino la lluvia nos abandonó, y un
resplandeciente sol ocupó su lugar, acompañándonos hasta el final del trayecto.
Mi apacible lluvia se marchó en el momento más inoportuno, no había nada en ese
instante a lo que poder aferrarme para calmar mis nervios, ni siquiera un poco
de música porque olvidé el pendrive con la banda sonora que había preparado
para tan largo viaje. Tan sólo las palabras de un marido cariñoso y atento
pudieron serenarme cuando por fin llegamos a las puertas del recinto ferial de
Madrid.
Vaya por delante que, a pesar de que no es ni por asomo la
primera vez que vamos a la capital española, sí que lo fue a un evento de estas
magnitudes, ideal para un megalómano cualquiera, pero no para mí, que siempre
he evitado localizaciones concurridas y momentos de aforo máximo. Todavía me
planteaba la opción de dar la vuelta y no entrar al recinto, pero la mano que
sujetaba la mía no me soltó y me animó a seguir adelante. Dimos una vuelta por
el recinto de ingentes dimensiones y repleto de gente, hasta que localizamos
una llave espada cuyo tamaño no desentonaba con el del pabellón en el que nos
encontrábamos. Seguimos andando, mirando a un lado y a otro, explorando el
mapeado cual personaje de un RPG que acaba de llegar a una nueva ciudad,
buscando sin saber qué busca exactamente, hasta que da con algo que le llama la
atención o le sirve para continuar con su aventura, como fue al llegar a la
recreación de la habitación de Andy, donde, una vez más, el colosal tamaño del
escenario me hacía sentir todavía más diminuta. Y ahí fue donde nos plantamos,
al final de una larga y serpenteante cola de gente ansiosa, como nosotros, por
probar Kingdom Hearts III en forma de
demo.
Llegó, entonces, el momento de avisar de mi llegada; en el instante
en que enviase ese mensaje ya no habría vuelta atrás, y, con cierto temblor,
saqué mi móvil, escribí un mensajito y lo envié. “Alea jacta est”, pensé. Casi al instante recibí una llamada de
teléfono para contestar a ese mensaje que acababa de mandar, y la dulce voz de
Miguel me preguntó dónde nos encontrábamos. Le indiqué nuestra posición, pero
antes de que colgásemos sendos teléfonos ya nos vimos. Fue extraño porque
nosotros sí conocíamos su rostro, pero él a nosotros no nos había visto nunca
antes, y, aun así, nos encontró, y no sólo eso, sino que su cara expresaba alegría
por habernos localizado; vino a nuestro encuentro a paso ligero, y su
recibimiento con ese abrazo y esa sonrisa fue de lo más cálido y acogedor. Además,
venía acompañado de Daniel, de quien recibí otro fuerte y cariñoso abrazo. La
voz me temblaba, me costaba hablar por la emoción, pues no esperaba un recibimiento
tan acogedor, nunca imaginé tanta afectuosidad, y, de repente, me sentí como si
flotara en una mullidita nube, ya que me encontraba rodeada de unos buenos
amigos que fueron muy amables, tiernos y cariñosos conmigo. Junto a ellos distinguí
un rostro nuevo, Raúl, y cuando me lo presentaron no podía creer que estaba
ante alguien al que llevaba mucho tiempo siguiendo a través de cierta red
social, pero al que nunca había puesto cara, y no pude evitar darle un fuerte
abrazo también cuando me dijeron quién era, además de que su reacción para con
nosotros fue también de lo más cordial y agradable.
El momento del encuentro fue tan emocionante y emotivo como
corto en el tiempo, pues tenían que ausentarse para hacer otras cosas por el
recinto, así que nosotros nos quedamos ocupando nuestro puesto en la aún larga
cola, aunque ya no éramos de ninguna manera los últimos en la misma. No pasó ni
medio minuto desde que el trío que nos recibió se marchó cuando me di cuenta de
que la ansiedad y la agitación se habían transformado en alegría y emoción, fue
un encuentro que iba más allá del mero saludo y unas presentaciones formales;
sentí como si nos conociéramos de toda la vida, ya que me hicieron sentir muy
cómoda y relajada. Los nervios que traía a cuestas durante todo el viaje hasta
Madrid no me dejaron pensar que pudiera darse una situación tan acogedora como
la que tuve.
Con esta sensación en el cuerpo, me envalentoné y me dispuse
a hacer un barrido con la mirada en busca de alguna otra cara conocida, pero no
fui yo, sino Dai quien divisó un rostro bien célebre, acompañado por alguien
cuyo semblante era desconocido para nosotros, pero muy similar al del primero.
De alguna manera me salió un vocativo en voz alta, apenas me dio tiempo a
pensar si hacerlo o no, simplemente lo hice, y le llamé por su nombre. Dani se
paró en busca de la voz que había pronunciado su nombre, y le hice señas con
las manos para facilitarle la búsqueda; no me conocía, y, sin embargo, se
acercó con una sonrisa a saludar, pero en su expresión se podía leer
perfectamente “no sé quién eres, pero tú sí me conoces, así que me acerco a
saludarte”. Ese gesto ya decía mucho de él como persona, pero cuando volvió a
escuchar mi voz al preguntarle “¿Sabes quién soy?”, su sonrisa se esbozó de
forma aún más notable, las manos fueron hacia su cara, pero no consiguieron
ocultar su enorme sonrisa, se quedó paralizado y perplejo al no dar crédito al
reconocer a la persona frente a la que se encontraba y que había pronunciado su
nombre, pero yo aún estaba más perpleja al ver que le bastó una frase mía para
reconocerme por mi voz, y cuando se lo confirmé el abrazo fue inmediato, de
nuevo me sentí emocionada por estar ante alguien por quien siento tanto aprecio
y quiero tanto, pero noté que el sentimiento era mutuo, y este contexto no
podía hacerme más feliz. Me presentó a su hermano, Pablo, y estuvimos
intercambiando palabras, impresiones y emociones durante bastante rato, pues,
lejos de querer irse a otro sitio a probar otros juegos o estar con otra gente,
Dani nos acompañó en nuestra espera para probar por primera vez la demo de Kingdom Hearts III, y, aunque decía que
ya le dolía un poco la garganta de tanto hablar todo el día, no dejó de darnos
conversación y hacernos mucho más amena la ya mencionada espera.
Ahí no acaba todo, pues llegó un punto en el que, al avanzar
la cola cada diez minutos, nos situamos frente a un puesto del remaster de un
querido dragoncito violeta que vuelve a las consolas después de tantos años, y
fue ahí, en ese punto, cuando Dani no fue la única compañía que tuvimos, ya que
no sólo regresó Daniel, sino que le puse cara a otro compañero de redes
sociales, Fran, a quien me encantó poder conocer por fin y nos dio también una
cálida bienvenida; conocí a Kmos, quien se alegró de ponerme cara, ya que él sí
me conocía a mí, y también me presentaron a Javier, al que no conocía por su
cara, pero cuando me dijeron cuál era su nick entonces la alegría sí que fue
inmensa porque él me ha acompañado durante muchos vídeos en el poco tiempo que
llevo en este mundillo, y siempre es agradable poder conocer a quien te sigue y
te apoya desde hace tantos meses. Lo más impactante es que me decía que le daba
vergüenza venir a saludarme, ¡como si yo fuera alguien importante! Si él
supiera los nervios que llevaba yo encima desde varios días atrás… El caso es
que fue una alegría inmensa estar rodeada de toda esta gente que, a pesar de
conocernos poco, fueron muy agradables y amenizaron ese tiempo que nos quedaba
hasta poder entrar a la zona dedicada al nuevo y tan anhelado título de las
aventuras de Sora y compañía.
Pero aún faltaba alguien más, me quedaba por ver al último
de mis custodios, y no tardó en aparecer entre todos estos nuevos amigos,
quienes le confirmaron quién era la chica que se encontraba rodeada por ellos.
La expresión en su cara no difería a la de los anteriores, y el abrazo que me
regaló fue igual de tierno y cariñoso. No podía creer que me encontrara también
junto a mi adorado Sven, pero tampoco podía terminar de creer que estuvieran
todos allí, que todos me hubieran recibido con una gran sonrisa y con tanto
cariño. Me pareció un momento mágico a la vez que inolvidable.
La cola seguía su camino y nosotros debíamos seguir
avanzando. Atrás quedaron estos buenos amigos, salvo Dani, que prefirió seguir
con nosotros un ratito más, y así fue hasta que por fin nos encontrábamos en la
siguiente tanda para entrar a ocupar uno de los puestos disponibles para probar
la esperada demo. Sin embargo, no sólo nos regaló su compañía hasta el final de
la espera, sino que se ofreció a hacer cola de nuevo para que volviéramos a
jugar la demo, un gesto que demostraba, una vez más, la maravillosa persona que
teníamos delante y por el que le dimos un sincero “gracias”, pero tuvimos que
rechazar esa generosa oferta, pues no podíamos pretender tenerle haciendo otra
vez cola por nosotros, él merecía terminar de disfrutar de su experiencia por
Madrid, ya que Dani sólo iba para un día, y nosotros todavía estaríamos una
jornada más, de manera que, antes de pasar a la zona de prueba de la demo, nos
despedimos hasta la noche, pues Daniel y Miguel habían organizado una cena con
varios miembros de la comunidad de Kingdom
Hearts. Kmos y Dani me preguntaron momentos antes si nosotros íbamos a ir,
pero yo aún estaba indecisa, pues la gran timidez que me acompaña desde casi
toda la vida me impedía ser más asertiva. Miré a Dai y sólo me dijo: “Lo que tú
decidas”, pero el hecho de sentirme tan cómoda con ellos y de haber sido
recibida con tanto cariño fue lo que inclinó la balanza hacia el “sí”.
Omitiré en esta entrada todo lo relacionado con la
experiencia al jugar a la demo de Kingdom
Hearts III, puesto que es algo ya narrado en un vídeo que subí al canal y
porque aquí sólo quiero centrarme en el aspecto más personal y emocional de lo
que viví en Madrid.
Para cuando terminamos esa primera partida, poco tiempo
quedaba para hacer nada más por el recinto, así que dimos un par de vueltas,
explorando una vez más el mapeado por si se nos hubiera escapado algún cofre
con un interesante tesoro. Pero no fue un cofre o un objeto lo que encontramos,
sino que nos llegó un mensaje que cambió un poco el sentido de la trama: Miguel
no iba a ir a la cena, pero prometió vernos al día siguiente. Esta parte nos
entristeció, pues apenas habíamos estado con él y no deseábamos que nuestro
encuentro acabara así, de manera que quedamos para vernos el domingo a primera
hora en el recinto ferial donde nos encontrábamos. Al no asistir él a la cena,
me puso en contacto con Daniel, quien nos citó en un restaurante del centro de
Madrid a una hora a la que veía imposible llegar, ya que, aunque la feria
cerraba a las ocho de la tarde, una hora más tarde nosotros seguíamos atrapados
en el parking del mismo. Mi preocupación se intensificaba al igual que la
lluvia que comenzó a caer en el instante en que empezamos a hacer una nueva
cola, esta vez para el cajero del aparcamiento, la cual se hizo mucho más
eterna que la de la demo, pero la cola para salir del recinto fue mucho peor,
apenas nos movíamos, y conforme la lluvia iba volviéndose más notable, más
triste me sentía yo por estar perdiendo un tiempo tan valioso de poder estar
con toda la gente que tan feliz me había hecho sentir.
Después de varios atascos más por las calles de Madrid, zona
centro, sábado por la noche, lluvia notable y parkings privados completos, la
misión de llegar al menos al restaurante citado se convirtió en algo más
complejo que la mazmorra de Pitioss, pero al final lo conseguimos, con la
grandísima suerte de ver a alguien que sacaba su coche de una plaza que, hasta
ese momento, estuvo ocupando y que ahora sería para nosotros. Otro toque de
suerte fue que, justo en ese momento, la lluvia había cesado, por lo que
pudimos ir a paso ligero hasta el punto de encuentro acordado. Sin embargo,
nuestra suerte acabó ahí: no veíamos al grupo por ningún sitio. Entramos al
restaurante y no distinguimos ningún rostro conocido entre la multitud. Hice un
par de llamadas mientras Dai enviaba algún mensaje, pero no obtuvimos
respuesta. Dimos unas cuantas vueltas por alrededor por si hubieran terminado
de cenar y hubieran salido, puesto que para cuando llegamos nosotros era ya muy
tarde. Finalmente decidimos esperar en la pizzería de enfrente, mirando hacia
la entrada del restaurante por si les viéramos salir o pasar cerca, dejando un
último mensaje avisando de dónde nos encontrábamos. Y de nuevo la suerte nos
sonrió, no se habían ido, ¡seguían allí! Resulta que el restaurante tenía una
planta inferior y, al desconocer este dato, ni se nos ocurrió echar un vistazo
por ahí, así que pedimos que nos trajeran cuanto antes la cuenta para salir
disparados hacia la entrada del restaurante. Fue en ese instante cuando empezó
a salir del local un numeroso grupo de jóvenes, entre los que reconocí unas
cuantas caras. “¡Ahí están!”, exclamé, y me sentí muy aliviada al poder verles
de nuevo. Cuando nos acercamos a ellos, vino corriendo Daniel a disculparse,
diciendo que se sentía culpable… ¡De eso nada! El único culpable fue el maldito
atasco a la salida del Ifema, que, junto con el tráfico madrileño, nos impidió
llegar a tiempo a la cena. Le di un fortísimo abrazo porque no quería que se
sintiera mal por nada, estábamos juntos y eso era lo importante, demasiado
había hecho ya por nosotros.
El grupo era bastante numeroso, había algún rostro conocido
y varios desconocidos, pero el ambiente que se respiraba allí era muy bueno, y
de nuevo me volví a sentir cómoda, ya con los nervios a cero porque me
encontraba una vez más con personas queridas. De entre ellos se me acercó un
rostro familiar, Jandro, a quien también tenía muchas ganas de conocer y de
quien me llevé también un fortísimo abrazo. Y entre el barullo de tanta gente
hablando, surgió la idea de hacernos una foto todos juntos. Dai me miró para
ver cuál sería mi reacción, sabiendo que yo soy una persona que siempre huye de
las cámaras, ya sean de vídeo, de fotos, o de móviles, de un tiempo a esta
parte he ido dejando una estela de época oscura en la que nada se puede saber
de mí si nos ceñimos a documentación fotográfica o visual. Pero era un momento
mágico, una escena que no sabía si en el futuro se volvería a repetir, y había
costado mucho llegar hasta ella, tanto por el viaje a Madrid como por la
superación del reto de salir del parking y llegar hasta el lugar acordado, por
lo que decidí aparecer también en esa foto. Quizá mi rostro sea el que más
desentone en esa instantánea por ser la menos favorecida de todos, por suerte el porcentaje que ocupo en la fotografía no es para nada elevado y casi se
puede omitir; al menos espero que mi semblante refleje la felicidad que
llevaba encima. A pesar de lo dicho, esa foto la guardo con muchísimo cariño,
ya que no la tengo puesta para verme a mí, sino para ver a todos aquellos que
me hicieron sentir tan feliz aquel día y a los que prometí volver a ver para
poder charlar y pasar más tiempo juntos, tanto a los que ya conocía como a los
que aún no tuve el placer, cuya promesa fue realizada tácitamente.
Tras esto, el grupo se disolvió, cada uno regresaba a su
refugio nocturno, y nosotros tuvimos la suerte de coincidir en el trayecto con
mis queridos Daniel y Sven, pero otros como Dani o Fran debían marchar en otra
dirección, así que nos despedimos de todos ellos con un tierno abrazo y
deseándoles un feliz viaje de retorno y la promesa de volver a vernos en el
futuro. Durante el paseo por las calles del centro de Madrid íbamos en muy
buena compañía, pero el camino fue muy corto, ya que pronto llegamos hasta
donde teníamos el coche aparcado. Daniel y Sven nos dieron un poquito más de
conversación, pudimos hablar de algunas anécdotas y reírnos un rato más, pero,
una vez más, el tiempo juntos llegaba a su fin y, aunque acordamos vernos al
día siguiente, yo me sentía triste por tener que separarme ya de ellos, no sin
antes darnos otro fortísimo abrazo. ¡Cuánto cariño desprendido en un gesto tan
sencillo! Y así Dai y yo regresamos a nuestro alojamiento con la esperanza de
poder volver a verles al día siguiente.
Domingo por la mañana, el sol aún no había salido cuando yo
ya estaba levantada, impaciente por llegar cuanto antes a Ifema, aunque aún
llevaba arrastrando algo de cansancio del día anterior, y no era la única. En
cuanto estuvimos listos, partimos por última vez hacia el recinto ferial, pero,
al ser primera hora, de nuevo nos tocó hacer cola, esta vez para entrar. No
tuvimos que esperar tanto como el día previo para jugar a la demo; además, dio
la casualidad de que, justo detrás de nosotros, había un grupillo de paisanos
nuestros que iban haciendo chistes de la situación, comparando el ingente tamaño
del recinto con las relativamente pequeñas dimensiones del de nuestra ciudad, y
desde luego nos hicieron reír el rato de la espera en la cola y nos
transmitieron buen rollo. Fue entonces cuando me puse en contacto con Miguel,
quien ya estaba dentro. Esta vez la espera para probar la demo de Kingdom Hearts III fue en compañía de
Miguel, que estaba junto a un colega, Fran, y con quienes estuvimos
intercambiando impresiones sobre la demo y el evento en general. Era la primera
vez que Fran iba a jugarlo y se le veía con muchas ganas, y hay que decir que
ese ratito en la cola volvió a ser amenizado por la buena compañía que
teníamos. Fue después, al salir de probar la demo, tras intercambiar de nuevo
impresiones y experiencias, nos enteramos de quién era realmente Fran, el cual,
al igual que Raúl, llevaba una página que sigo casi desde que empecé en este
mundillo de las redes sociales, por lo que fue una nueva alegría.
Ahí nos tuvimos que separar, cada uno iba a un sitio
distinto, pero parecía que ya no iba a ver a mis otros custodios, ya que salían
en poco tiempo para sus respectivos hogares y ya no les iba a dar tiempo. Al
rato, Miguel me volvió a escribir diciendo que también debía irse para tomar el
tren, así que no dudamos en ir a buscarle para poder despedirnos de él. El
abrazo que nos dio fue igual de intenso que el del día anterior, pues las
despedidas siempre son tristes, pero nosotros nos quedamos con lo bien que lo
pasamos en su compañía, que, aunque durante poco tiempo, fue maravillosa. Y así
fue como me despedí de mi último custodio, quien en ningún momento dejó de
mostrar su cariño y afecto hacia nosotros.
Después de dar unas cuantas vueltas más por el recinto y
hacer cola otras tantas veces, nos acercamos al stand de Game Tribune porque
quería comprar la revista donde aparecía publicado un artículo de mi querida
Marta, y cuando me enteré de que estaba por allí quise conocerla personalmente,
así que Dai preguntó por ella y, muy poco después, apareció por allí y le
dijeron: “Marta, este chico pregunta por ti”, y su cara fue de extrañeza
porque, obviamente, no le conocía de nada, pero cuando me acerqué yo y le dije
quién era, se emocionó tanto que hasta pegó un salto y me dio un fortísimo
abrazo a la vez que me decía: “¡Eres tú! ¡Tu voz!” No podía creer que
reconociera tan rápidamente mi voz, pero mucho menos la emoción que sintió al
vernos. Si ya el día anterior me sentí querida y apreciada, con Marta esto no fue para
nada diferente, el cariño que nos regaló fue realmente tan inmenso como
intenso, y no sólo se quedó un buen rato hablando con nosotros, sino que nos
mostró la maquetación de su nuevo libro que iba a salir por kickstarter y que, como muchos sabrán
ya, ha sido todo un éxito casi al momento de publicarse en dicha página, y
además nos lo mostró con una ilusión que nos contagió su emoción por este nuevo
proyecto. Marta es de esas personas que irradian ilusión y pasión por lo que
hace, unos sentimientos muy contagiosos cuando estás con ella, además de ser
una persona muy dulce, amable y entrañable.
Será difícil olvidar ese gran momento que pasamos juntos los
tres, se nos ha quedado grabado a fuego en nuestros corazones, como también ha
quedado marcado todo lo que vivimos el día anterior con la comunidad de Kingdom Hearts, especialmente con mis
custodios. Al menos pude despedirme bien de ellos, pero, ahora que lo pienso, ¿acaso
existen las buenas despedidas? Cuando se trata de alguien que ni fu ni fa puede
que sí, pero cuando es el caso de alguien a quien quieres tanto, como Miguel,
Sven, Daniel, Dani o Marta, ¿se trata de una buena despedida? Es un momento en
cierto sentido triste y desconcertante, pues, al ser cada uno de una ciudad
distinta, no sabemos si nos volveremos a ver en el futuro, si habrá algún
acontecimiento que nos vuelva a reunir a todos algún día como lo ha conseguido
la oportunidad de probar Kingdom Hearts
III cien días antes de su salida.
Por la tarde ya debíamos volver a casa, el camino que nos
esperaba era igual de largo que el de ida, pero los sentimientos eran bien
diferentes, mi felicidad era plena por haber estado con gente querida y que,
además, así me lo han transmitido. Pero, a la vez, me sentía triste porque todo
había terminado ya. La lluvia no nos acompañó esta vez, sólo un cielo nocturno
muy despejado y estrellado, más de lo que estoy acostumbrada a ver.
Hoy hace una semana de todo este festival de emociones, de
encuentros y despedidas, de nervios y felicidad. Miro por la ventana mientras
escucho un arreglo orquestal y pianístico del tema Passion de Kingdom Hearts II
y veo que, después de lucir un reluciente sol durante toda la semana, hoy
vuelve a llover. Irremediablemente me viene a la cabeza la letra de una canción
que dice que “en Madrid seguiría lloviendo, triste como lo dejé”, y no podía ser
más acertado. Ahora sólo me queda un rincón en mi mesa dedicado a todo lo
relacionado con este fin de semana que nunca olvidaré, recuerdos lejanos que
prometí volver a vivir algún día, en un futuro espero que próximo.
Es muy bonito compañera😘👍
ResponderEliminarMuchas gracias, compañero!! ^_^ <3
Eliminar