Siendo el día que es hoy se me ocurrió publicar una entrada en este humilde blog hablando de las escenas que han suscitado cierto pavor en una servidora al jugar a algunos juegos de Final Fantasy. No se trata, pues, de un recopilatorio de las escenas más terroríficas de la saga, sino de los momentos que han despertado mi lado más miedoso y que me han propinado más de un susto.
Aclarado este punto, empecemos hablando de Final Fantasy X, el cual, si bien es un Final Fantasy colorido y con una preciosa historia de amor en tiempos de supervivencia contra una ingente y, en apariencia, inmortal criatura que lleva la destrucción allá a donde va (ya de por sí la trama da algo de miedo), nunca olvidaré los innumerables sobresaltos que me he llevado cada vez que se producía una batalla aleatoria; la forma en que la pantalla del televisor se resquebrajaba en varios pedazos de cristal hacía que de forma automática diera un salto o mi cuerpo en el sofá o mi corazón en el pecho. Me costó mucho, muchísimo tiempo acostumbrarme a esta forma que tenía el juego de comenzar las batallas aleatorias, además de acordarme constantemente de la madre que trajo al mundo al que diseñó este inicio de batallas aleatorias... Y siguiendo con el mismo juego, la propia invocación de Ánima fue también una imagen a la que me costó adapatarme al tener un diseño tan espeluznante que llegué a tener alguna que otra pesadilla con este enorme eón.
Cambiamos de juego, siguiendo con Final Fantasy VII, el cual me provocó cierta impresión cuando, poco antes de llegar a la Mina de Mitrilo, nos encontramos con una enorme serpiente empalada que no es ni más ni menos que la Midgar Zolom, la misma que quería comernos si cruzábamos el pantano sin la ayuda de un chocobo, pero al ver esa aterradora imagen no sólo me produjo cierto pavor, sino que el juego nos advertía del peligro que corríamos al enfrentarnos al autor de tal crímen. Avanzando un poco más en la historia, llegamos al divertido y siempre animado parque de atracciones de Gold Saucer, con sus carreras de chocobos, sus recreativas y sus batallas con puntos canjeables por premios. Sin embargo, hay una zona que contrasta considerablemente con el alma del parque de atracciones, y es esa lúgubre pensión en la que debemos pasar la noche para avanzar en la historia, y lo que me provocó un buen sobresalto no fue el ver a un par de fantasmas (que, como si del Guadiana se tratara, lo mismo aparecían que desaparecían) jugando al ajedrez o el tipo con pinta de drácula cutre junto al cartel del Paraíso de las Tortugas, sino el susto que te da el recepcionista cuando te acercas al mostrador para pedir una habitación o comprar algunos objetos. Lo bueno de esto es que, una vez que sabes lo que hay, ya no hay más sobresaltos. Pero si hubo un momento que me provocó tal canguelo que tuve que pedir a mi pareja que se sentara a mi lado para sentirme más arropada fue el momento en el que Cloud, durante el flashback de Nibelheim, se encuentra con un Sephiroth paranoico en la biblioteca de la Mansión Shinra para, acto seguido, prender fuego a todo el poblado; ese momento de tensión, esa música escalofriante, esa mirada demencial de Sephiroth… ¡Qué horror! Aunque, sinceramente, creo que fue más la música lo que me tenía en vilo que la escena en sí, que ya es decir. No quiero ni imaginar cómo será vivir esta misma escena cuando la recreen en una venidera parte de Final Fantasy VII Remake, si ya en éste añadieron cierta escena que no se encontraba en el original y que también es digna de suscitar cierto miedo en un jugador tan asustadizo como yo; me estoy refiriendo al cementerio de trenes, en el que unos niños fantasma juegan al escondite con Aeris y le devuelven a la mente dolorosos recuerdos.
Encontramos también
fantasmas en otros títulos anteriores de Final
Fantasy, como en el tren de Final
Fantasy VI, pero quizá sea la gracia de los gráficos pixelados con los que está
diseñado dicho juego que no consiguieron despertar mi lado más asustadizo, como
sí que pudo hacerlo la ciudad de Zozo, un momento en el que cada batalla
aleatoria me asustaba porque creía que ahí acabaría mi partida y sin haber
guardado antes (eso también da mucho miedo…). Pero si algo hay en Final Fantasy VI que me pone la piel de gallina es la risa de Kefka (no se me borra de la mente esa secuencia de corcheas tan aterradoras...).
Cierto es
que en la era de NES y SNES hay muchos enemigos que pueden atemorizar a más de
uno, pero, insisto, quizá sea el tema de los gráficos de la época que hacen ver que son
unos meros dibujos pixelados, pues el Muro Infernal en Final Fantasy IV tiene hasta su gracia con ese careto con más
dientes que una sierra de podar, incluso en Final
Fantasy XII tiene hasta un toque más elegante, pero si luego vemos ese
mismo adversario en Final Fantasy XV
vemos que su diseño (y por la premisa de “una fantasía basada en la realidad”)
impone mucho más que en sus anteriores apariciones. Sin embargo, no metería a
este enemigo en el saco de los que más miedo me dieron al jugar a la
decimoquinta fantasía final, sino que por delante de él situaría a Chadarnook
(otro ejemplo de que, con el paso de las generaciones, el diseño impresiona mucho más que en sus inicios, como el del Muro Infernal), una mujer fantasma que me erizó la
piel al verla salir del cuadro en una parte escondida de Altissia, aunque no me asustó tanto como los cadentes que detienen
tu travesía conduciendo el Regalia en plena noche (cuya música acompaña a esa
sensación de ahogo y pavor por intentar escapar de estos espantosos demonios) o
como aquellos enemigos que podemos encontrar en las diferentes mazmorras de este juego, como duendes y
samuráis muertos en vida, llevándose la palma Naga, esa enorme serpiente con
cabeza de mujer que aseguraba que Prompto era hijo suyo (sólo recordar su cara
me produce escalofríos). Pero si hay un momento en todo Final Fantasy XV que me llenó de miedo, angustia y desesperación
fue el maldito capítulo 13, en el que Noctis, desprovisto de compañeros, de
armas y de esperanzas, se adentra en Gralea para rescatar a su amigo Prompto,
cuyos pasillos te hacían vivir un survival
horror con cada infante descontrolado que se despertaba de sopetón justo cuando
Noctis pasaba por su lado (si la jugada te salía bien, podías esconderte; si
no, eras presa del soldado robotizado, y esto ocurría con más mucha frecuencia que la
primera opción). El tema de los pasillos en este capítulo simbolizaba perfectamente la angustia de la estrechez de los mismos y el no tener escapatoria alguna, pudiendo empatizar perfectamente con los sentimientos del príncipe de Lucis en esos momentos.
Podría situar ese momento del capítulo 13 como el que más miedo me ha provocado al jugar un Final Fantasy, pero debo admitir que no es esa escena la que se lleva ese galardón, sino que el momento que se corona como el que más miedo y más pesadillas me ha producido es el final de Final Fantasy VIII, la escena más grotesca y espeluznante que haya visto nunca en un título de la saga; esa mezcla de imágenes de Rinoa borrosas, la música distorsionada hasta llegar a ser un ruido molesto y estridente, y, por supuesto, ese Squall sin rostro... toda esa amalgama de escenas escalofriantes aún resuenan en mi mente y, cada vez que las visualizo, sigo sintiendo un escalofrío que recorre todo mi cuerpo hasta ponerme la piel de gallina...
Con todo, Final Fantasy no es una saga que destaque por ser demasiado aterradora, pero sí que es verdad que, cuando se lo propone, es posible que provoque cierto pavor en algunos jugadores, y con este post mi estimado lector podrá conocer los momentos que más han sobresaltado a la que escribe estas líneas, demostrando lo asustadiza que puede llegar a ser…
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